13.11.09

K-Ja


Veía la televisión. Amarilla, ñoña -ni siquiera recuerdo bien- Se movía; hablaba y entonces todo cambiaba como en las novelas de Tolkien, o alguno de esos escritores de fantasía. Me resonaba su nombre; no en la cabeza, si no en los puños de mis manos que se dolían al movimiento de las palpitaciones que vibraban. Incluso la pequeña a la que aún no le ponía forma (aunque ésta la tuviera) tenía una muñeca llamada con su nombre. Detesto la forma en la que suena; más si a éste lo hacen diminutivo. Haría entonces una encuesta; quizá sólo brinque conmigo porque tengo des favoritismos en su contra. Pero es verdad ¡encuentren! Y verán que se repite. Entonces tejería con la molde dura de su estambre lo bien llamado cola esponjosa; o quizá simplemente jalar una de sus orejas para bastar y que corra desenfrenada por la capital. -No puedo escribir. Hace mucho que no he podido; todo se convierte en lo mismo -Veía la televisión. No quiero más azules chiquitos. No quiero que te vayas, es más, quédate toda la noche y si es posible una eternidad en mis dedos para que no se alejen de mí. Etc. Quizá ella también podría ser una ardilla –entonces encajaría- al desquicio ese que no existe pero que le gusta nombrarse de noche. Es tan complicado anular de la gramática cualquier juicio ajeno -porque siempre lo son ¿lo ven?-. Veía la televisión. -Cuenta sin lo que te he dicho; imagina. –Mmh. No, ¿por qué lo dices; Parece que espero a alguien? –No ¡ves!, buen encuentro; no precisamente gramatical pero bueno. Existe alguien más aparte del aparente que habla y habla en círculos en la montaña de pantaloncillos cafés. –Entonces creo que ya son tres; ¿pero serían suficientes?, si descaradamente ya había formulado a lo detestable como un conejo que brinca y corre; no por las praderas porque finalmente deseaba que alguien lo persiguiera con tal intensidad que acabaría no degollado; por esto de ya no estar en ese siglo, pero si apachurrado por un camión –Sí, algo que fuera definitivo. Divertido, inclusive divino porque esas redes casi se unen por muy poco espacio. –No ser pues. Al menos no yo, si no ella; bella, esponjosa, pero con pulgares pequeños y ojos de sapo. Lo había olvidado ¡ojos de sapo! Sí era lo que deseaba abrir con la mente que había olvidado pero que “se escribe con tinta propia” así sería mejor verla a través del pavimento. -Ese es el gran margen de error, gran error número uno. -Pero sigo sin comprender. No puedo desprenderlos de mí, y a la par me cansa hablar de pequeños pollos amarillos, naranjas; no, mejor rojos. ¡Acción!. La suavidad mejora la elasticidad de mi piel. Me pierdo en pequeñas moléculas de calor que provienen de algo que me resguarda de abrir los ojos y empezar. No sé donde estoy. Esta condición mía que había soñado o quizá meramente divagado por ociosidad se ha transformado en realidad. No vacilo, pues afuera hace frío. Sin embargo no me gusta la oscuridad y no sabría decir a ciencia cierta si delante de mí observaré una puerta o un espejo. Y si alguna de esas dos se abre, o si vienen a lengüetearme la cabeza, la cara; el asqueroso olor a baba de perro. No habría de dormir todas las noches en su misma cueva, con la curiosa familia, o con la soledad que de no ser vista ésta vez se encendería para recorrer en mis pupilas; imagen, colores, destellos. En los tímpanos; sonidos bajos. El café está servido ó el sillón es realmente rico. – ¿Te place aquí? Quieres otra estrategia. ¿Habría dicho ¡Acción!? -Veía la televisión.

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